Las vidrieras están sucias, sobre el piso las boletas de luz, gas y agua acumulados sin abrir desde los últimos cuatro meses. El cartel del negocio lleno de caca de palomas. Botellas, platos, cuchillos en el mostrador fueron juntando hongos, una rejilla, la escoba y el trapo de piso esperando. Todo está cubierto de polvo, las sillas sobre la mesa como testigos de la última trapeada rápida, la cortina baja, el candado y la cadena están oxidados.
La tenue luz del local quedo encendida desde el 19 de marzo deja ver el cartel de la inmobiliaria: Se Alquila. Al lado, lo que era un enorme local, eso que en una época se conoció como todo x dos pesos, a mediados de la década del 90, luce el mismo cartel. Pero la inmobiliaria, esta vez anunciando que el cascaron vacío que dejo la pandemia de COVID 19 está En Venta. Solo dos de los más de 60.000 negocios que cerraron y no volverán a abrir desde que se declaró el aislamiento social obligatorio.
Desde la Cámara de Comercio alertaron que a fin de año la cifra trepara a 100.000, y, calculan que 3 de cada 10 comercios no volverán a levantar persianas. Los que están atendiendo al público, mediante medidas de seguridad, como atender desde las puertas, no permitir que se prueben ropa, facturan el 25 % en comparación con el año pasado, año recordado por todos como el peor en décadas. Sobre la avenida Libertador se notan los huecos, persianas bajas, llenas de tierra, carteles de inmobiliarias que se sobreponen. Al comienzo de la apertura veía como sus dueños los vaciaban, sacar estanterías, desarmar luminarias, desmontar heladeras o probadores.
“La peleamos hasta donde pudimos, veinte años de trabajo, este era, un negocio familiar. Teníamos un empleado, mi cuñado. Uno de los peores días de mi vida fue decirle…negro el mes que viene ya no te puedo pagar. Imagínate, conozco a su mujer, soy el padrino de uno de sus hijos. No te puedo ni describir lo que fue para mí, ni las noches previas. Sabes lo que es dejar a una persona en la calle en estos momentos?. Mi familia y yo también quedamos en la lona y no sabemos que vamos a hacer. Esto era lo único que teníamos. Pero siento que mi único empleado era responsabilidad mía y le termine fallando”.
Oscar y su mujer Gladis están vaciando el local ubicado sobre la calle Juncal, uno de repuestos para celulares que como aclara, era con lo único que contaba la familia con dos nenas para pelearla. El paisaje se repite y es inútil e innecesario enumerarlo. Agujeros a la vista, un sinfín de persianas selladas y los restos de los comercios que se amontonan en la veredas: pedazos de durlok, estanterías retorcidas, maniquíes rotos, pilas de volantes que no se llegaron a repartir, publicidades de marcas que ya no se van a vender en ese negocio. Pronto, cartoneros, cirujas y curiosos se harán del botín.
“Probamos con delivery, no funciono. Una ventanita abierta a la calle. Tampoco. La gran mayoría de las cosas que vendíamos eran imposible comercializarlas así. La gente está acostumbrada a entrar y sentarse en una mesa, tomar un café, comer, tomarse su cerveza, su vino, mientras charlan o miran televisión. No pudimos más y tuvimos que cerrar”
Ricardo es el dueño de una reconocida pancheria frente a la dársena de la estación de Merlo. Tenía cuatro empleados más dos cocineros por turno. Menú del día económico acompañado con vaso de gaseosa. Cervecería de esas que siempre se llamaron bar o copetín y no sirven de la artesanal. El eco de miles de orsai reclamados al línea por televisión, la voz ronca de los busca y vendedores ambulantes se confunden con levantes y noches de pequeños canallas que le ganaron un mango a la ciudad. Un infame cartelon de Se Alquila los deja con la ñata contra el vidrio y la garganta seca.
“En la fábrica hace meses que rajaron a todos, quedaron como mucho 10. Nos están pagando en cuotas, todavía no empezamos a cobrar el aguinaldo. Ni lo cobremos nunca! No sé qué vamos a hacer ni que va a pasar. Yo le debo plata a todo el mundo, si antes se me hacía difícil llegar a fin de mes imagínate ahora. Y los dueños como tenían a todos trabajando en negro no pueden pedir subsidio del gobierno”.
Lucas trabaja todavía en una de las panificadoras más importantes y conocidas de Merlo, que cerró definitivamente su sucursal de Ituzaingo. Al tener desde siempre a la mayoría de sus trabajadores en la informalidad ninguna ayuda del gobierno pudo llegar a sus obreros. La argentinidad laboral al palo.
Frente a la inocultable crisis solo les queda a los laburantes la calle, con lo que significa quedar sin trabajo en plena pandemia.
El 34,5% de los trabajadores argentinos lo hacen en la informalidad, es un universo de 7 millones que de no poder sobrevivir a la pandemia les queda como único recurso el IFE. Estudios realizados por la CAME, indican que al final del aislamiento el 30% de los comercios habrán cerrado definitivamente. Un fantasma recorre el mundo, en su sigiloso andar van desparramando contagio, vientos que dejan sin trabajo, cierra fábricas. Luces que se van apagando a su paso.
Fuente: Merlo Ahora.